La selfie misma importa poco. El acontecimiento no es la imagen, sino el acto de tomarla, que tiene algo de picardía adolescente, como si más que un autorretrato fuera el autorregistro visual con el que los jóvenes capturan sus travesuras, pequeñas transgresiones y excesos. Las selfies son imágenes bastante desabridas. No proponen un nuevo modo de mirar ni muestran nada particularmente interesante. Su atractivo no es formal ni temático, sino que reside en la toma misma. Puede leerse como el último eslabón de la historia del autorretrato fotográfico porque son fotos que nos tomamos para registrar la ropa que usamos en tal momento, la cara que pusimos junto a tales amigos en tal evento social más o menos público o privado.